El 24 de marzo de 1998, Amy Lynn Bradley, una joven de 23 años de Virginia, desapareció a bordo del Rhapsody of the Seas, un crucero de la compañía Royal Caribbean. Desde entonces, su familia ha defendido con firmeza que Amy fue secuestrada. Sin embargo, un análisis exhaustivo del investigador y creador de contenido Paul Landó —basado en entrevistas, reportes oficiales, material audiovisual y archivos de prensa— revela inconsistencias que podrían cambiar por completo la forma en que entendemos este caso.

Un viaje familiar que no estaba en los planes

El crucero fue un premio que la compañía de seguros donde trabajaban Ronald e Iva Bradley otorgó por desempeño. Inicialmente, solo ellos realizarían el viaje. La decisión de incluir a sus hijos, Amy y Brad, se tomó después, cuando la empresa aceptó pagar los pasajes adicionales.

La familia voló de Richmond, Virginia, a San Juan, Puerto Rico, y el 21 de marzo embarcó en el Rhapsody of the Seas, cuyo itinerario incluía Aruba, Curazao, St. Martin y St. Thomas, para regresar a San Juan una semana después.


Las últimas horas antes de la desaparición

La noche del 23 de marzo, tras cenar elegantemente —momento en el que, según la familia, Amy recibió atención inusual de parte de varios camareros—, los Bradley asistieron a una fiesta en la piscina. Los padres se retiraron a dormir y los hermanos decidieron ir a la discoteca del barco, donde tocaba la banda Blue Orchid. Allí, Amy fue vista bailando con el bajista, Alister “Yellow” Douglas.

Brad volvió a la habitación a las 3:35 a.m.; Amy llegó cinco minutos después. Ambos charlaron y fumaron en el balcón. Según Brad, Amy le dijo que Yellow había intentado tocarle los pechos, aunque se lo tomó con humor y sin darle mayor importancia. A las 4:00 a.m., Brad se fue a dormir, dejando a su hermana en el balcón.


El momento clave y el inicio de la búsqueda

Aquí comienza una de las primeras contradicciones.
En la versión que la familia sostiene hoy, Ronald Bradley se levantó a las 5:30 a.m. y vio a su hija en el balcón. Media hora después, ya no estaba. La puerta estaba abierta, sus sandalias en el suelo y su encendedor y cigarrillos habían desaparecido. Ronald inició una búsqueda inmediata por el barco.

Pero los primeros reportes periodísticos de 1998, basados en entrevistas con la familia y publicados por agencias como Associated Press, cuentan otra historia: quien vio a Amy en el balcón fue la madre, no el padre. Y no a las 5:30, sino que Ronald habría comenzado a buscarla más temprano, alrededor de las 5:00 a.m.

Este cambio de versión con el tiempo no es un simple error: afecta el marco temporal y la coherencia de los hechos, especialmente si se analiza junto con el resto de testimonios y evidencias.


La negativa de Royal Caribbean y la llegada del FBI

Al llegar a Curazao, la familia pidió que se impidiera el desembarque y se anunciara la desaparición por los altavoces. El barco se negó inicialmente, alegando que no podían “arruinar las vacaciones de miles de pasajeros” y que el itinerario debía continuar. Tras insistir, se hizo un aviso que pedía a Amy presentarse en el lobby, sin decir que estaba desaparecida.

La familia se alojó en un hotel para que el FBI pudiera investigar la habitación. Se realizaron búsquedas intensivas por aire, mar y tierra, pero sin resultados. El FBI entrevistó a la tripulación y aplicó polígrafos: todos pasaron excepto Yellow, cuyo resultado fue “inconcluso”.


La pieza que sostiene el relato familiar… y cómo se derrumba

La hipótesis de secuestro se apoyaba en el testimonio de dos pasajeras, Lori Thompson y Crystal Roberts, quienes aseguraron haber visto a Amy y a Yellow juntos en un ascensor entre las 5:00 y 6:00 a.m., y luego a Yellow solo, cabizbajo.

Años después, el FBI confirmó que las cámaras de la discoteca —hacia donde supuestamente se dirigía ese ascensor— no mostraban a Amy ni a Yellow llegando juntos. Las imágenes sí captaban a Amy bailando y usando el ascensor horas antes, pero no existe registro del momento descrito por las testigos. Esto elimina la única prueba visual que daba credibilidad al último avistamiento de Amy con el principal sospechoso.


Contradicciones en cadena

Al revisar los artículos publicados en los primeros siete meses tras la desaparición, aparecen múltiples cambios y omisiones posteriores:

  • Quién vio a Amy por última vez: inicialmente fue la madre; años después, se afirmó que fue el padre.

  • Hora del inicio de la búsqueda: pasó de las 5:00 a.m. a las 6:00 a.m. en relatos posteriores.

  • Intervención del padre en la discoteca: en versiones tempranas, Ronald habría ido a buscar a sus hijos a las 3:00 a.m., algo que los registros electrónicos de las llaves magnéticas desmienten, ya que Amy y Brad regresaron por separado minutos después de esa hora.

  • Descripción física: Brad dijo en una entrevista reciente que Amy medía 1,70, pero en 1996 la propia Amy declaró medir casi 1,80, dato que podría influir en las interpretaciones sobre si era posible que cayera accidentalmente desde el balcón.

Estos cambios parecen acomodar el relato a la teoría del secuestro, descartando cualquier hipótesis de accidente o autoeliminación.


El factor personal que la familia no mencionó

El documental de Netflix reveló que Amy mantenía una relación con una mujer llamada Molly poco antes del viaje, y que ya había salido del armario en 1995. La familia nunca incluyó a Molly en búsquedas o actos públicos. Para Paul Landó, aunque no hay pruebas de homofobia abierta, sí hay indicios de que su orientación sexual era un tema incómodo en el entorno familiar, algo que podría explicar omisiones en la narrativa oficial.


La hipótesis del accidente y las estadísticas que no favorecen al secuestro

Paul Landó subraya que los secuestros en cruceros son prácticamente inexistentes. En 20 años, de 30 millones de pasajeros, se registraron 400 desapariciones, la mayoría por accidentes o autoeliminaciones; ninguna confirmada por secuestro a bordo.

Además, en 1998 desembarcar en Curazao podía tardar horas por los procedimientos portuarios, lo que haría extremadamente difícil sacar a una persona del barco sin ser vista. Esto debilita aún más la idea de un secuestro nocturno justo antes de atracar.


Avistamientos y la famosa foto de 2005

Hubo siete avistamientos tomados en serio, siendo el más sólido el del buzo David Carmichael, que describió tatuajes ocultos de Amy. Sin embargo, ninguno ha sido confirmado.

En 2005, una foto anónima mostraba a una mujer muy parecida a Amy en una web de escorts bajo el nombre “Jazz”. El FBI concluyó que existía alta probabilidad de que fuera ella, pero no pudo confirmarlo al 100%. No se hallaron tatuajes visibles en la imagen, lo que ha dado pie tanto a teorías de edición para ocultarlos como para hacer que la modelo se pareciera más a Amy.


El testigo militar y la pista del Hotel Stelaris

El exmilitar Bill Hefner afirmó que Amy le pidió ayuda en un burdel de Curazao llamado Hotel Stelaris. Poco después, el lugar fue destruido por un incendio. En 2007, un empresario local, John Daryanani, fue arrestado por incendiar varios inmuebles, y su familia mantiene conexiones comerciales y académicas con Virginia, estado natal de Amy.

Aunque estas conexiones son circunstanciales y no hay evidencia directa que las vincule a la desaparición, Landó cree que son suficientemente extrañas como para justificar una investigación más profunda.


La demanda fallida y la declaración de muerte

En 1999, apenas 11 meses después de la desaparición, la familia solicitó que Amy fuera declarada muerta, algo inusual en casos donde los familiares creen que la persona sigue viva. Esto les habría permitido demandar a Royal Caribbean, aunque la demanda fue desestimada en 2000. Amy no fue declarada oficialmente fallecida hasta 2010.


Conclusión: entre la fe y la evidencia

Para Paul Landó, las contradicciones familiares, la ausencia de pruebas audiovisuales que respalden el último avistamiento con Yellow y la baja probabilidad estadística de un secuestro en crucero inclinan la balanza hacia un accidente como causa más probable de la desaparición.

Sin embargo, admite que ciertos elementos —como la foto de 2005 y algunos testimonios— mantienen abierta, aunque mínima, la posibilidad de que Amy siga con vida.

Lo que es indiscutible es que, 27 años después, el caso sigue atrapado entre dos realidades:
una familia que no abandona la narrativa del secuestro, y una serie de evidencias y registros que cuentan una historia diferente.




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