Por Marcela Vásquez
Opinión
En los pasillos del periodismo venezolano, resuena un secreto a voces: la sospechosa relación entre el Banco Bancamiga y un grupo de comunicadores e influencers. Esta aparente estrategia de control mediático, antes orquestada por los hermanos De Grazia, parece haber encontrado continuidad con José Simón Elarba, nuevo presidente de la entidad bancaria.
Recordemos que los hermanos De Grazia, hasta abril de 2024 figuras prominentes de Bancamiga, cayeron en desgracia tras su detención por el caso de corrupción Pdvsa-Cripto. Desde entonces, un silencio casi sepulcral se ha cernido sobre ellos, a pesar de la conocida «nómina» de comunicadores e influencers a su servicio. Pareciera que a los De Grazia, literalmente, se los tragó la tierra, y con ellos, los ecos de sus turbias operaciones financieras con el grupo mafioso de Tareck El Aissami.
En este contexto, la llegada de Elarba a la presidencia de Bancamiga estuvo rodeada de un manto de opacidad. No hubo explicaciones claras sobre su nombramiento ni sobre el destino de las acciones de los De Grazia. Simplemente, se presentó a Elarba como la solución para «fortalecer» al banco.
Sin embargo, la sombra de la duda se extiende sobre Elarba. Algunos lo señalan como un personaje que en el pasado operaba en conjunto con un abogado dedicado a la «venta» de sentencias del Tribunal Supremo de Justicia, lucrándose de la corrupción judicial. También se dice que su empresa de saneamiento ambiental ha recibido ventajosas contrataciones en algunos de sus municipios de Venezuela, que han resultado más beneficiosas para la compañía que para la comunidad. A pesar de ello, hoy se le presenta como una figura digna de admiración.
El banquero benefactor y las sospechas de blanqueo
José Simón Elarba, además de presidir Bancamiga, es dueño de Fospuca, empresa de gestión de residuos, además de ser activo patrocinador de un equipo deportivo y un partido de oposición en Venezuela. Esta aparente faceta filantrópica contrasta con las serias sospechas que lo rodean: se señala al empresario y al banco como instrumentos que, mediante favores, figuras prominentes de un sector de la oposición pretenderían utilizar para blanquear capitales provenientes de la corrupción.
Pero la historia de Elarba y Bancamiga es solo un capítulo más en la larga tradición de los bancos venezolanos que han utilizado los favores y el dinero para comprar el silencio de la prensa. Grandes fiestas, generosos patrocinios y reconocimientos públicos se han convertido en la norma para mantener una imagen impoluta, ocultando así los manejos turbios y el posible lavado de dinero.
Un ejemplo claro de esta estrategia es el reciente foro «El Viaje del Emprendedor», organizado por Bancamiga en Caracas, en el Teatro Teresa Carreño, donde se entregaron créditos a microempresarios y donde el evento contó con la participación de periodistas y estrategas digitales como ponentes.
Ya en otras ocasiones ha sucedido con Bancamiga y otros bancos, en celebraciones del «Día del Periodista», en el que las entidades despliegan todo su poderío, ofreciendo reconocimientos, brindis y la obligada foto con el presidente del banco, como parte del festín de compra de conciencias.
Pareciera que la historia se repite. Los tentáculos del poder financiero, en este caso Bancamiga, se extienden hacia la prensa, buscando amordazar la verdad a través de dádivas y prebendas. Un juego peligroso donde el periodismo independiente y la ética profesional se ven amenazados por la ambición y la corrupción.
La pregunta queda en el aire: ¿hasta cuándo el silencio será el precio a pagar por algunos comunicadores al hipotecar la conciencia al mejor postor?