En el corazón de Miami, hace ya cinco años, se celebró un enlace matrimonial que en ese entonces pasó inadvertido para la mayoría de los venezolanos, pero hoy merece ser recordado y examinado. La unión entre Carlos Zuloaga Siso y Fabiana Dávila no fue solo un derroche de opulencia en tiempos de crisis venezolana, sino también un evento que expone las complejas conexiones entre familias de la élite venezolana.
Los Zuloaga Siso, otrora abanderados de la oposición venezolana a través de Globovisión, celebraron esta boda mientras mantenían vínculos familiares con los Giménez Ochoa, señalados como testaferros de la administración gobernante en Venezuela. Mientras Venezuela se desmoronaba y el “gobierno interino” de Juan Guaidó mendigaba ayuda humanitaria, estos privilegiados derramaban champán en el lujoso Alfred DuPont Building.
La familia del novio, encabezada por Guillermo Zuloaga Núñez, parece haber olvidado convenientemente su pasado como bastión mediático anti-chavista. Su hijo mayor, Guillermo Zuloaga Siso, hermano del novio, está casado con María Corina Giménez, hermana del controvertido Jorge Giménez Ochoa. Tal conexión familiar plantea serias preguntas sobre los verdaderos intereses y alianzas de los Zuloaga en el turbulento escenario venezolano.
Una trama de corrupción
El escándalo que rodea a esta unión familiar va mucho más allá de una simple boda ostentosa. Jorge Giménez Ochoa, cuñado de Guillermo Zuloaga Siso, se ha labrado una reputación nefasta en el mundo empresarial venezolano. No contento con presidir la Federación Venezolana de Fútbol (FVF), Giménez Ochoa ha metido sus manos en el lodazal del negocio petrolero, convirtiéndose en uno de los principales actores en el envío de crudo venezolano a países asiáticos tras las sanciones impuestas por Estados Unidos.
La participación de Giménez Ochoa en la trama de corrupción Pdvsa-Cripto es un capítulo particularmente oscuro en esta saga de avaricia. Este empresario, cuya juventud contrasta con la magnitud de sus negocios turbios, se ha visto implicado en un esquema donde diversos “empresarios” obtuvieron crudo de Pdvsa para venderlo internacionalmente, embolsándose las ganancias sin devolver los fondos a la petrolera estatal. Mientras otros implicados en este escándalo languidecen tras las rejas, Giménez Ochoa parece gozar de una inexplicable inmunidad, alimentando los rumores sobre sus conexiones con altos jerarcas oficialistas.
El mote de “enchufado” que se ha ganado Jorge Giménez no es gratuito. Su cercanía con personajes de la talla de Tareck El Aissami (caído en desgracia en la administración de Nicolás Maduro) y, más notoriamente, con la vicepresidenta Delcy Rodríguez, ha sido objeto de intensas especulaciones. Sin embargo, lo que muchos parecen desconocer u omitir convenientemente es cómo este “enchufe” parece haber electrificado también a los Zuloaga, una familia que alguna vez se jactó de ser propietaria de Globovisión, un canal de televisión otrora bastión de la oposición venezolana.
La pregunta que flota en el aire, pesada como el crudo negociado por el presidente de la FVF, es: ¿Están los Zuloaga utilizando a los Giménez como testaferros en una elaborada red de negocios que se extiende desde los pasillos del poder en Caracas hasta las lujosas mansiones de Miami? La boda del exvicepresidente de Globovisión, Carlos Zuloaga Siso, celebrada con mucho derroche, parece ser solo la punta del iceberg de una red de intereses entrelazados que desafía las nociones tradicionales de lealtad política y ética empresarial.
Mientras tanto, el canal TV Venezuela (TVV) en Miami, del cual los Zuloaga son accionistas, continúa dando cabida a voces opositoras como si nada ocurriera, en una demostración magistral de hipocresía mediática. Una pregunta obligada es: ¿Cuánto tiempo más podrán los Zuloaga mantener esta fachada de rectitud mientras sus conexiones familiares los hunden cada vez más en un pantano de dudas?
Ostentación desmedida en tiempos de crisis en Venezuela
La unión entre Carlos Zuloaga Siso y la unos años más joven Fabiana Dávila, celebrada a principios de mayo de 2019, no fue simplemente una boda; fue un espectáculo de derroche. Mientras millones de venezolanos luchaban ya por conseguir alimentos y medicinas básicas, esta pareja y sus invitados se regodeaban en un festín de lujo en el corazón de Miami.
El escenario elegido para esta exhibición de opulencia fue nada menos que el Alfred DuPont Building, una joya arquitectónica de estilo Art Decó. Este edificio histórico, con sus paredes de granito, pisos de mármol y techos de madera, se convirtió en el escenario perfecto para que la élite venezolana en el exilio bailara sobre las cenizas de su país de origen. La ironía de celebrar en un antiguo banco no escapó a nadie: mientras Venezuela sufría una de las peores crisis económicas de su historia, los Zuloaga y sus invitados hacían gala de su riqueza en lo que alguna vez fue una bóveda.
El vestido de la novia, diseñado por el venezolano Ángel Sánchez, fue descrito como "una obra de arte" por los asistentes. Un derroche de plumas, encajes, lentejuelas y lazos que seguramente costó más que lo que una familia venezolana promedio gana en años. Fabiana se preparó en una casa con vista al mar, rodeada de palmeras, como si el sufrimiento de millones de sus compatriotas fuera un mero inconveniente lejano.
La ceremonia religiosa, celebrada en una pequeña iglesia cercana, fue el preludio de la verdadera exhibición de poder y dinero. La novia llegó en un Tesla negro, un guiño obsceno a la modernidad y el lujo en un momento en que la mayoría de los venezolanos ni siquiera podían permitirse el transporte público. El padre de la novia, el arquitecto Hugo Dávila, sonreía, ajeno al contraste entre su éxito profesional y la ruina de la infraestructura venezolana.
La recepción en el DuPont fue un festín para los sentidos y un insulto para la conciencia. La decoración, a cargo de Redvelvet, transformó el lugar en un jardín de cerezos, con flores reales por doquier. Una mesa de dulces de varios pisos, obra de los mejores reposteros, se alzaba como un monumento a la gula y el exceso. El menú, de la agencia de festejos Mar, que incluía lomito con papas y salsa bernesa, era un recordatorio cruel de los millones de venezolanos que sobrevivían con una dieta bastante más austera.
La fiesta se prolongó hasta el día siguiente. Un DJ se encargó de mantener la pista de baile llena toda la noche. La "hora loca", una tradición venezolana, alcanzó nuevos niveles de desenfreno, como si los invitados intentaran bailar para olvidar la culpa de su propia complicidad en la tragedia venezolana.
Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, el autoproclamado Gobierno interino de Juan Guaidó suplicaba por ayuda humanitaria para un país al borde del colapso. La yuxtaposición no podría ser más cruel: por un lado, una élite que celebraba sin remordimientos; por el otro, un pueblo que luchaba por sobrevivir. La boda no fue solo una celebración del amor; fue un testimonio de la desconexión total entre los privilegiados y la realidad de una nación en ruinas.
Obras emblemáticas
Hugo Dávila, el padre de la novia, es fundador de las firmas "Mendoza Dávila Arquitectos" y "Grupo Dávila Arquitectos". Ha participado en una serie de proyectos emblemáticos que han transformado el panorama comercial y corporativo de Caracas.
Entre sus obras más destacadas se encuentra el Centro Comercial Tolón, ubicado en la exclusiva urbanización Las Mercedes de Caracas. No muy lejos, el Centro Comercial Paseo El Hatillo, es otra creación de Dávila, quien ha traspasado las fronteras venezolanas con proyectos internacionales como el Blue Mall en Santo Domingo, República Dominicana, y su homónimo en Sint-Maarten.
En el ámbito corporativo, la firma de Dávila ha dejado su marca con edificios emblemáticos como la torre HP y el edificio Zurich, ambos ubicados en la Avenida Francisco de Miranda en Caracas. Otro de los proyectos más significativos en la carrera de Dávila es el edificio de oficinas y rotativa de la antigua Cadena Capriles, ubicado en La Urbina.
Debajo un vídeo de la boda.